
Por Marite Irimia. Encontrábase el escorpión en una orilla del río buscando a ver quién se dejaba convencer para ayudarle a cruzar a la otra orilla.
La situación con las ranas atravesaba un momento de tensión desde que el viudo de la última víctima de la naturaleza asesina del escorpión, organizara un movimiento de protesta y recogiera diez mil firmas en facebook a fin de impedir a los batracios llevar en sus espaldas escorpiones y otras alimañas ponzoñosas…
Una tortuga vieja como la luna, de cara arrugadísima y caparazón endurecido por antiguas cicatrices, flotaba sin rumbo disfrutando del solecito del atardecer. El escorpión vio en ella una oportunidad y procedió a ejecutar su ritual de “pobrecito yo, no sé nadar, las aguas turbulentas me asustan.
Por favor, Señora Tortuga, podría usted llevarme a la otra orilla… bla, bla, bla”.
La tortuga, que no tenía otros planes ni mejores, ni peores, accedió con su característica indiferencia quelónica.
Montose el escorpión sobre la tortuga y, lentamente, iniciaron su trayecto.
Faltando menos de medio metro para arribar a la orilla, el escorpión sintió el aguijoneo –valga la redundancia- de clavar el aguijón y si te he visto no me acuerdo… como no hay mejor momento que el presente, unió deseo a acción y, ¡zas! Con precisión quirúrgica y fuerza titánica aguijoneó.
Entonces, perdió el sentido…
Cuando despertó se encontró acostado en una camilla, atado con correas y rodeado por paramédicos que lo miraban con cara de lástima y hablaban en susurros… la tortuga y otros testigos daban declaraciones a los oficiales de policía.
Confundido preguntó a uno de los paramédicos qué había ocurrido. Al parecer, el intento de clavar la ponzoña en el caparazón de la tortuga le había ocasionado la fractura del aguijón y la columna vertebral causándole una parálisis total.
Al fin y al cabo, es la naturaleza de la tortuga el ir por la vida dentro de su armadura…
mt irimia
07/19/2012
La situación con las ranas atravesaba un momento de tensión desde que el viudo de la última víctima de la naturaleza asesina del escorpión, organizara un movimiento de protesta y recogiera diez mil firmas en facebook a fin de impedir a los batracios llevar en sus espaldas escorpiones y otras alimañas ponzoñosas…
Una tortuga vieja como la luna, de cara arrugadísima y caparazón endurecido por antiguas cicatrices, flotaba sin rumbo disfrutando del solecito del atardecer. El escorpión vio en ella una oportunidad y procedió a ejecutar su ritual de “pobrecito yo, no sé nadar, las aguas turbulentas me asustan.
Por favor, Señora Tortuga, podría usted llevarme a la otra orilla… bla, bla, bla”.
La tortuga, que no tenía otros planes ni mejores, ni peores, accedió con su característica indiferencia quelónica.
Montose el escorpión sobre la tortuga y, lentamente, iniciaron su trayecto.
Faltando menos de medio metro para arribar a la orilla, el escorpión sintió el aguijoneo –valga la redundancia- de clavar el aguijón y si te he visto no me acuerdo… como no hay mejor momento que el presente, unió deseo a acción y, ¡zas! Con precisión quirúrgica y fuerza titánica aguijoneó.
Entonces, perdió el sentido…
Cuando despertó se encontró acostado en una camilla, atado con correas y rodeado por paramédicos que lo miraban con cara de lástima y hablaban en susurros… la tortuga y otros testigos daban declaraciones a los oficiales de policía.
Confundido preguntó a uno de los paramédicos qué había ocurrido. Al parecer, el intento de clavar la ponzoña en el caparazón de la tortuga le había ocasionado la fractura del aguijón y la columna vertebral causándole una parálisis total.
Al fin y al cabo, es la naturaleza de la tortuga el ir por la vida dentro de su armadura…
mt irimia
07/19/2012